lunes, 27 de agosto de 2012

Estábamos allí, todos, de pie.
En la habitación.
Enfrente mío una mujer de vestido raído. Lleva un cartel colgado al cuello. Soy tu madre. Dice. El cartel.
Pintado a brochazos. Lo vuelvo a mirar. Te quiero mi vida. Dice. El cartel. Con letra de niña.
De la mano de mi madre (lo dice el cartel), un enano en pijama y batín: mi padre.
Avanzan hacia mí. Atraviesan el océano en cuestión de segundos. Están a mi lado y me miran.
-Deja de clavar el clavo en la pared.-  Dice mi madre. Mi padre asiente con su cabeza que es enorme.
-Deja de clavar el clavo - Dice mi padre (sin articular palabra).
-Es mentira, yo no clavo el clavo.- Digo  yo. Y todo el mundo se ríe. En la pizarra escribiendo mil veces: no claves el clavo en la pared.
-Es mentira, os lo aseguro.
Miro mis manos: en la derecha el martillo, en la izquierda el clavo.
Y clavo el clavo en la pared, y el cuadro que lleva siglos colgado se cae.
-Dios mío, el cuadro¡ -gritan todos
Y el cuadro se rompe y el suelo se llena de cristales. Mi madre radiante los pisa alborozada,está descalza y sangra. -¿como aquella vez, te acuerdas hijo?. Yo asiento con la cabeza (que es enorme),  aunque no me acuerdo bien, pero me da miedo llevarle la contraria.
-Mira lo que has hecho, idiota!- dice mi padre con el ceño fruncido. Inmediatamente le asesto un martillazo en la jeta. Cae al suelo herido de muerte.
-Me muero - dice melodramático. (como si no lo supiéramos, contesta el coro). Me mira a los ojos y agarrándome de la mano, susurra: - hijo mío, apaga el gas al acostarte. Y expira.
                                                                                                                                               
Fuegos artificiales al lado del puerto. La ciudad se viste con sus mejores galas. Mi madre nos saluda a todos desde el balcón, se ríe y nos lanza besos. Os quiero, os quiero. Nos dice embriagada (y me señala con el dedo). Os quiero a todos, y se vuelve a reir; -a todos menos a tí.- Y me señala con el dedo.
Ellos se dan la vuelta y me miran.
Yo hago como si no me entero y sigo tirando confetti. Cuánta mierda hay en el suelo -pienso-, qué difícil va a ser limpiar todo esto.
Gilipollas! dice alguien.
Yo hago como si no me entero,  me meto las manos en los bolsillos, y me voy silbando.

domingo, 27 de mayo de 2012

Silencio atómico.

Que dice mi padre que sería feliz con una guerra atómica. Yo también pienso eso en mis días malos, esos en los que nadie me quiere. Una guerra que iguale posiciones, que destroce las vidas bien urdidas, que nos lleve a todos al mismo sitio en el que estoy yo. Y al parecer mi padre. Él lo dice por lo de la crisis, aunque yo sé que hay algo más. Como en las ruedas de prensa de Guardiola, siempre hay algo más. Una materia oscura que se filtra con el carraspeo. El carraspeo que antecede al drama. Yo salto, bailo y hablo muy rápido cuando oigo el carraspeo. A veces funciona y se espanta al demonio.

Pero el demonio está en la pequeñas cosas, no en la guerra atómica que daría unos segundos maravillosos. Es un ser de luz, que dicen los cursis. Y en vez de cansinos funerales, una sombra en una pared como nostalgia post-atómica. Pienso yo que todo sería a partir de entoces post-algo, y eso no, porque en los prefijos mandan los catalanes, y otra vez se harían  los dueños del todo. Esos estructuralistas de tres al cuarto que fingen ser españoles. Ay madre, madre.

Pero mi padre lo decía por Bankia, y es sabido que los banqueros –que vienen de suiza, como las chicas con tetas grandes- tienen refugios atómicos.  Dicho esto, mi padre torció el gesto y se quedó sumido en un silencio espeso. Un poco a la manera de Bielsa, un silencio en el que se le notaban profundidades imprecisas. Mi mac, que está muy vivido, hace en esos momentos un ruido como de ralentí alto y yo aparto las manos de él, y enciendo metafóricamente un cigarrillo.
En esos silencios estábamos cuando llamó mi tío. Mi tío es un psicoanalista que ha dedicado su vida a curar a los locos de su espanto. Él me confiesa que no lo logró con ninguno y que hace lo de las madres; pasarles la mano por la frente y mentirles con voz neutra: ya pasó todo, ya está, ya acabó. Tiene un porcentaje de suicidios más que aceptable, mejor que algunas bandas de rock y eso es una buena tarjeta de presentación. Sabes que si te trata, estés bien, mal o regular, sólo tendrás un 20 % de posibilidades de quitarte la vida. Es  un alivio enorme, porque con un 80 % de posesión uno puede mirar al futuro con otra cara, y sobre todo, en caso de que te señalen por la calle o murmuren las viejas a tu paso, siempre te puedes plantar con los brazos en jarras y decir con cara de prócer: Ganó el fútbol.
Las llamadas de mi tío suelen romper una puesta en escena. Una siesta, una discusión, una revelación idiota a veces. No fue así en este caso, por lo menos para un observador imparcial. Yo tenía un momento Bielsa, dando vueltas por el pasillo, gran cabezón manos entrelazadas aparenta usted honda reflexión. En realidad fantaseaba con una rueda de prensa en la que humillaba a ese señor periodista, el que aparenta ser el dueño de la realidad. Desde Messi ya no es posible fantasear con goles imposibles, el idiota los ha metido todos. Sólo nos quedan las celebraciones y la ruedas de prensa. Ahí sonó el teléfono. Descolgué irritado. –Qué tal estás?. –Bien.  -Pero así, un bien redondo, universal. Poca gente conozco de esas. No tendría negocio si todos fueran tan mentirosos como tú.  –Já. Se te nota alegre, se ve que hoy no se te murió nadie. –Si estoy jubilado hijo, ni para simiente sirvo ya.  –Y tú qué tal?.  –Yo estoy  – Con poco te conformas, ya ni eres.  –Pero eso desde hace mucho. Desde que no te miran las mujeres, dejas de ser. Pero oye, es menos cansado.  –Quieres que se ponga mi padre?   -Sí, dile que se ponga, es sobre Ramiro el manco.
Ramiro el manco perdió lo que tuvo que perder arreglándole la cosechadora a su hermano. Ahora viven juntos, y en el medio está su cuñada. No tienen hijos, y esas parejas son raras, indistinguibles, como si ellos mismos fueran su propia descendencia. Ramiro es viejo, pero menos que el otro, y lo cuida. También a la mujer, que es un mueble al que pasean sin mucha convicción. Mi padre siempre dice que prefiere no saber lo que pasa dentro de las casas, pero yo tengo curiosidad y le pregunto. Ramiro cuando le preguntas hace algo extraordinario. Te responde. Nunca te mira, habla como si le durara la vergüenza del asunto aquel. Y su habla atrafullada, de loco o de buena persona, se afila y se concreta. Por la fuerza debe de ser sincero. Yo eso no puedo saberlo, pero hay formas de intuirlo. A veces la sinceridad se anuncia con un gesto, o como mi padre con un carraspeo. Suelo huir de esos momentos. Esas gemas, se pudren en el recuerdo y acaban envileciendo el tono general, el aire de la habitación.  No es así en con Ramiro, y otro día explicaré su extraordinario don.
El caso es que Ramiro miró a través de mí y me dijo algo importante.
-Ramiro el manco se murió ayer. Dile a tu padre que se ponga al teléfono, que quiero saber si tengo que ir al funeral. No me acuerdo si él vino al de madre, pregúntaselo.
Ramiro se murió ayer, y hoy ya nos estamos olvidando de él. Nadie es capaz de recordar lo que me dijo, y hubo testigos. Volví al bar volante -que era el sitio-  y los chavales estaban borrando con una goma la sombra que había dejado. Ese bar, el que está enfrente de extensión agraria según doblas hacia la general.  Volví a ese bar, para ver si recordaba, y la chica rumana de la barra ni siquiera sabía quién era Ramiro. Estaba lleno y la gente tenía esa alegría despiadada de los otros, y no sé como no se les cae  la cara de  vergüenza. De poco sirve morirse pensé, y tuve algún otro pensamiento idiota sobre el brazo del ausente y los diferentes tamaños y precios que tienen los ataúdes.
Mi padre carraspea en el pasillo y yo no puedo huir, así que pongo la tele y nos enfrascamos a conciencia en las desgracias ajenas. ¿Y esa luz que entra por la ventana? Miramos esperanzados, quizás las primeras bombas hayan empezado a caer.

domingo, 22 de abril de 2012

La fiesta de mi desgracia

Eres la niña que se pone de puntillas sobre los zapatos de su madre para parecer mayor.
Al fin accediste a mis ruegos.
Te desnudaste, me dispuse a hacerte el amor.
Blanca y fría, rígida, rígida, rígida, los ojos abiertos sin mirarme.
Ahí me dí cuenta que estabas muerta.
De todas formas follar con una muerta es mejor que nada. Te penetré (y me costó).
Después del acto despertaste del coma, y empezaste a hablar de amor y del sexo
por boca de las estúpidas revistas que lees. No engañas a nadie.
Me fui y volviste al ritual de todas las noches, mirar debajo de la cama, mirar en los
armarios, desatar el azogue del espejo. Pero es inútil, la oscuridad que buscas la
tienes dentro. Siempre la vas a tener. Todo lo que hagas es inútil.
Hicimos el amor mil veces, igual cada vez. Luego me dijiste que la relación no
avanzaba, que me dejabas. Adiós.

Muchas veces, aparco cerca de tu casa y te veo de la mano de tu madre, dando
pasitos cortos, mirando a los chicos.
(¿aún tiene esperanzas?)
Y te sigo.
Te paras en todos los escaparates, en todos los espejos. Te miras, no soy tan vieja
todavía estoy bien.
Yo me miro también y flotando en el cristal veo tu reflejo y el mío, pero no se funden;
y veo tus ojos que miran a través del filo de las cosas sin penetrarlas y no sé qué
quiere decir esa mirada.
Y no te das vuelta, sigues andando con pasitos cortos, agarrada de la mano de tu
madre, que te cogerá la bastilla de su vestido de boda que tú nunca vas a estrenar.